Bueno asi comenzaba hoy..
Cuando era chica, había un canal que me tenía embobada: el Discovery Channel. Pasaban documentales de lugares lejanos, raros, mágicos… pero había uno que se me quedó grabado para siempre: Varanasi, la ciudad más sagrada de India, donde los cuerpos se creman a orillas del Ganges y, según la creencia hindú, si morís allí, cortás el ciclo de reencarnación y vas directo al moksha (la liberación espiritual).
Equipaje inteligente para mujeres que se animan a recorrer Asia.

Yo veía esas imágenes y pensaba:
—“¡Qué locura debe ser estar ahí! ¡Qué intensidad! ¡Qué misticismo!”
Pero lo veía como algo tan, pero tan lejano, que jamás imaginé que iba a terminar caminando por esas mismas escalinatas. Y mucho menos en uno de los días más importantes del calendario hindú.
Un pasaje, una sorpresa… y medio país en la estación
La historia empieza unos días antes. Estaba organizando mi viaje por India cuando decidí que era momento de conocer Varanasi. Fui a sacar el pasaje de tren (porque siempre me gustó complicarme la vida con trenes indios), y el señor de la boletería me mira con los ojos bien abiertos:
—“No hay pasajes… ¿¡usted no sabe qué día es!?”
Spoiler: no, no sabía.
Resulta que estaba por celebrarse Shivaratri, una de las festividades más importantes de todo el país, donde millones de personas viajan en peregrinación a Varanasi para rendir homenaje al dios Shiva. Es como el Lollapalooza espiritual de India, pero sin escenario y con muchísima más devoción.
Y yo, como quien no quiere la cosa, saqué ticket justo para ese día.
¡Gracias, universo, por esta sorpresa que me explotó en la cara!


Varanasi: colores, caos y devoción
Llegué a Varanasi y fue como meterme en una película, pero en 5D, sin botón de pausa.
Miles y miles de personas llegaban desde todos los rincones de India. Las calles estaban tan abarrotadas que no sabías si estabas caminando o siendo arrastrada por una ola humana. Era como estar en el carnaval de Río, versión espiritual .



Los indios estaban vestidos con sus mejores galas: mujeres con saris brillantes de colores imposibles, fucsia, dorado, esmeralda, azul eléctrico. Algunas tenían flores en el pelo, otras estaban cubiertas de polvo rojo o amarillo como si se hubieran bañado en especias. Los hombres llevaban túnicas blancas, naranjas o ropa tradicional con estampas divinas, algunos con coronas de flores en la cabeza y collares de rudraksha. Era un festival de texturas y colores, una postal viviente.
Y en el medio… yo, con mi mochilita, transpirando como si estuviera en un sauna gratuito, sin entender cómo había llegado ahí, pero sintiéndome completamente viva.
Bailes callejeros y una familia que no me soltaba
En una de esas calles, mientras tratábamos de avanzar con mi amiga francesa (que también venía alucinando), escuchamos una música altísima, como salida de una boda. Nos acercamos y vimos que una familia entera estaba bailando en círculo, como si la calle fuera su sala de estar.
Nos miraron.
Nos sonrieron.
Y sin pedir permiso, nos metieron al círculo.
De repente, yo estaba bailando con la abuela, el tío, los hijos, los primos. Todos nos agarraban de las manos, se reían, nos tiraban pasos de baile que no sabíamos cómo seguir, pero no importaba. Ellos bailaban con el corazón. Y vos ahí, te sentías parte de su alegría.
En un momento quise retirarme amablemente (porque ya me estaba mareando), y me dijeron con una sonrisa tipo Bollywood:
—“¡No, no, quedate, bailá con nosotros!”
¡Y yo ahí seguía! Como una más de la familia. Te juro que hasta la abuelita me hacía señas con los dedos para que me quedara. Me sentí una estrella invitada, una embajadora argentina del baile random. Estuvimos ahí un rato largo, hasta que logré escaparme con un “gracias, gracias, namasté”, como quien huye de una fiesta familiar a la que no fue invitada pero terminó siendo la madrina.
El Ganges, las abluciones y los sadhus sin ropa

Finalmente llegamos a los famosos ghats del río Ganges, esas escalinatas donde se realizan rituales desde hace miles de años. Ahí vi cosas que nunca voy a olvidar.
Gente sumergiéndose en el río con devoción, tirando flores, prendiendo velas, lavando sus pecados. Algunos se metían con ropa, otros en ropa interior, y algunos… directamente sin nada.
Había también muchos sadhus, que son los ascetas hindúes. Algunos estaban completamente desnudos, cubiertos de ceniza blanca, con el pelo enredado como rastas, sentados en posición de loto. Parecían salidos de otro mundo, con la mirada profunda y el cuerpo quieto como estatuas vivientes.


Yo los miraba entre el asombro y la confusión. ¿Cómo puede ser que esto esté pasando de verdad? ¿Cómo puede ser que, de todas las fechas del año, justo me tocó vivir esto?
La ciudad que te remueve todo
Varanasi no es un lugar para quedarse indiferente. Es caótica, intensa, sucia, sagrada, desbordante. Te saca de tu eje, te llena de preguntas, te pone frente a la vida y a la muerte al mismo tiempo. Hay templos por todos lados, vacas caminando entre la gente, olor a incienso mezclado con humo de cremaciones, flores y basura.
Pero algo tiene.


Algo te toca.
Algo te transforma.
Y si me lo preguntan, sí: volvería.
Y esta vez, ¡me pondría a practicar pasos de baile para estar preparada!
Si estás por viajar a Varanasi, te cuento primero dónde me alojé porque fue uno de los mejores lugares en todo mi viaje. El dueño es muy amable, la sala de estar es hermosa y las habitaciones son súper cómodas Reservalo: Moustache Delhi en Booking.
