y bueh… yo no sé explicarte con palabras lo que fue esa noche en Hanoi, pero voy a intentar hacer justicia, ¿me entendés? Porque esto no fue una noche cualquiera. No fue “salí a dar una vuelta y volví con un par de fotitos”. ¡NOOO! Esto fue una cosa loca, una película, una fiesta, un desfile, un caos organizado, un delirio colectivo y una sopa con sabor a gloria… todo junto.
Yo salí así, como quien no quiere la cosa, pensando “Bueno, voy a ver qué onda la noche de Hanoi, dicen que tiene vida”. Mamita querida… VIDA le queda chico. ¡¡Esta ciudad de noche está más viva que yo con tres cafés y dos medialunas encima!!
Arranqué caminando tranqui por el centro y a los dos metros me agarró una marea humana que dije: “¿Qué es esto? ¿Una manifestación, un carnaval, un mundial ganado por Vietnam y no me enteré?” No, no… ¡era un sábado cualquiera! La gente salía de todos lados. Chicos, grandes, perros, abuelas, ¡todos! Y cada uno en la suya. Pero la suya tipo: bailando, tocando música, jugando al Jenga gigante, haciendo arte con tizas en el piso, vendiendo globos con forma de Pikachu, ¡uno estaba tocando una flauta con la oreja! Yo ya no sabía si estaba despierta o si había probado algún hongo raro.
Y vos dirás: “¿Pero no había descontrol?” No, amiga, ¡eso es lo más loco! Era un caos… pero un caos FELIZ. Todo el mundo sonriendo. Todos compartiendo. Como si dijeran “Bueno, esta noche no se duerme, se goza”.
Y pará, pará, que la parte más pintoresca de la noche son las MESITAS. Te lo juro por Dios: las mesitas son muy bajitas. Una cosita así de chiquita, con banquitos de plástico que si respirás fuerte… se rompen. Y ahí, sentada la gente, toda cómoda, como si estuvieran en el living de la casa. Pero en la vereda. Al lado del tránsito. Con una olla humeante de fideos entre las piernas. Y comiendo con palitos como si hubieran nacido con ellos en la mano. ¡Qué coordinación,! Yo intenté y me metí el palito en el ojo. Terminé pidiendo cuchara con seña, como buena latina desesperada.
Pero ¿sabés qué? Me senté igual. Me apreté entre una señora con rulitos que me ofreció té (sin palabras, solo con una sonrisa hermosa) y un chiquito que jugaba con un trompo iluminado. Y comí. Y comí bien. Comí como si no hubiera mañana y como si ese bowl fuera un abrazo caliente .
Al lado, una banda tocaba. Gente bailaba. Un señor pintaba retratos en tiempo récord. Otro vendía sombreros rarísimos. Y más allá, una abuela tiraba unos pasos .
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Hanoi de noche es un delirio precioso. Una fiesta sin permiso. Una ciudad que se ríe, que vibra, que no pide nada y te lo da todo. No hay filtro, no hay plan, no hay “a qué hora cerramos”. Acá el after empieza a las 8 y termina… no sé si termina.
Y vos ahí, en medio de todo eso, pensás: “¿Cómo puede ser que esté tan feliz sin entender ni una palabra, sin saber qué comí, sin saber ni adónde voy?”
Y la respuesta es fácil: porque Hanoi te abraza de noche con todo su quilombo hermoso y te hace sentir parte. Sin pedir permiso. Sin juicio. Solo con ganas de que vivas.
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