Salí con la intención de simplemente dar una vueltita tranquila por Pukhet… ¿y qué pasó? Obvio: terminé cruzándome con todo tipo de situaciones que solo me pueden pasar a mí.

Primero, caminando por una calle cualquiera, veo un acuario gigante en plena vereda. Pero no era de decoración, ¡no! Tenía cangrejos vivos enormes, de esos que después te ponen en la mesa como si nada. O sea… me impresionó muchísimo. Imaginate que los pobres bichos estaban ahí, en agua burbujeante, esperando que alguien elija cuál va a ser su destino.



Seguí caminando, medio con asco, medio intrigada, y de repente… ¡veo a dos turistas con los pies en una pecera gigante! Y yo: “¿Qué es esto? ¿Qué está pasando acá?”. Me acerco y no, no era un truco. Había peces comiéndoles la mugre de los pies. Lo juro. ¡PECES! Yo no sé si era spa o tortura medieval, pero ellos estaban ahí, muertos de risa. Yo entre el asco y la fascinación. Una de esas cosas que si no lo ves, no lo creés.



Después de ese momento raro-raro, ya con hambre, fui a almorzar. Pedí unos fideos salteados con langostinos, verduras, y cosas que no sabría nombrar pero que estaban buenísimas. Esa combinación de sabores dulces, picantes y crocantes que solo encontrás en Asia.



Y claro, como no podía ser de otra forma, después de almorzar me fui a caminar por la playa. Hermosa, gigante, infinita. Me metí tanto en el paisaje, en el mar, en la gente, que me olvidé del tiempo y… ¡me perdí!



Literalmente. Empecé a caminar, caminar, caminar —como soy yo, que me creo Dora la Exploradora— y cuando quise volver, ¡no encontraba la salida! Estaba rodeada de hoteles tipo resort cerrados, sin acceso a las calles. Empezó a oscurecer y yo tratando de no entrar en pánico, hasta que encontré un huequito entre dos paredes por donde pude escabullirme. Una película, básicamente.

Ah, y me olvidaba: en el medio de todo eso me crucé a una nena con el pelo trenzado azul, que parecía salida de una exposición de arte moderno. Yo no sabía si felicitarla o pedirle una foto para un museo.

Al final del día llegué agotada, llena de arena, de historias, de rarezas. Pero feliz. Porque si hay algo que amo de viajar, es eso: nunca sabés qué te vas a encontrar.

Bienvenidos a mis aventuras reales, exageradas, y siempre con un poco de caos. Así soy yo, Nadiando Mundo.


¿Dónde dormir en Phuket (sin caer en el caos de Patong)?

Si buscás un lugar tranquilo, con onda y sin todo el ruido de Patong, te recomiendo 100% quedarte en Kata Beach. Mucho más relajado, con lindas playas y más fácil para moverse sin estrés.

Yo me alojé en el Kata Station Boutique Hotel, y fue uno de los lugares donde mejor me sentí en todo Phuket. Nada de lujos exagerados, pero sí lo que importa: cama cómoda, aire acondicionado, ducha caliente y a pocas cuadras de la playa.

Lo mejor: los banana pancakes caseros de la dueña, que son una bomba (en serio), y esa sensación linda de que te están esperando con una sonrisa de verdad. Me hicieron sentir en casa, como si fuera parte de la familia.

Así que si te preguntás dónde dormir en Phuket y sentirte cuidada, este lugar es mi recomendación de corazón… y de panza.

Equipaje inteligente para mujeres que se animan a recorrer Asia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *