Desperté en Ubud con esa sensación que tengo cuando algo va a pasar. No algo puntual, sino ese “algo” que tiene olor a incienso, sabor a café raro y humedad en el aire. Afuera, el cielo estaba gris y amenazante, como si Bali estuviera diciendo: “Hoy vas a vivir, pero mojada”.

Spoiler: así fue.

Tenía agendada una excursión a varios templos y lugares típicos, y aunque las nubes parecían querer cancelarme los planes, yo ya estaba decidida. Me puse lo más parecido a una campera impermeable (spoiler 2: no lo era) y me subí al busque me pasó a buscar .

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Tirta Empul: la ducha espiritual más intensa de mi vida

Primera parada: Tirta Empul, uno de los templos más conocidos de Bali, famoso por sus aguas sagradas. Al llegar, la lluvia era constante, fina pero molesta, como si alguien te llorara encima despacito.

Pero el lugar… ¡el lugar!

Una especie de complejo abierto, lleno de flores, olor a incienso, paredes de piedra cubierta de musgo y pequeñas piletas donde brotan chorros de agua directamente desde la roca.

Ahí, uno a uno, los balineses —y algunos turistas valientes— se meten en el agua y se purifican pasando por cada chorro. Yo, obviamente, no entendía cuál era para qué, pero igual hice la fila y me metí.

Pensé: “Si me purifica el karma, me limpia el cuerpo, y de paso me saca la humedad de la cabeza, ya gané.”

Y ahí estaba yo, entre locales y viajeros, metida hasta la cintura en agua fría, pasando mi cabeza bajo cada fuente, con los ojos cerrados y el alma abierta.

Un momento increíble. Místico.

Y sí, también me tragué media pileta, pero no importa.

De alguna manera sentí que ese ritual me estaba lavando cosas más profundas que el cuerpo.

El café más escatológico del mundo (y yo lo tomé)

Salí mojada, liviana, feliz… y fuimos a la siguiente parada: una granja de café. Pero no era cualquier café. Era el famosísimo kopi luwak, también conocido como “el café más caro (y raro) del mundo”.


¿Cómo se hace el kopi luwak?

El protagonista de esta historia es un animalito llamado luwak, parecido a un gato o una civeta, muy simpático y con un olfato de sommelier.
El proceso es más o menos así:

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La guía nos explicó el proceso con una sonrisa que no sé si era de orgullo o de picardía:

— Hay un animalito, parecido a un mapache con cara de no haber dormido nunca, llamado luwak.

— Este amigo se come las frutas del café. Pero no digiere los granos.

— Entonces, los… expulsa.

— Luego se lavan, se secan, se tuestan y… ¡listo! Café.

Yo lo escuchaba y pensaba: “¿En qué momento de la evolución decidimos que esto era una buena idea?”

Pero bueno. Lo probé.

Y debo decir que… ¡está rico!

Es suave, con un sabor que no sabría describir, pero definitivamente no sabía a lo que esperaba.

Me lo tomé con cara de experta, como si fuera algo que hago todos los domingos, pero por dentro estaba gritando: “¡Estoy tomando caca gourmet!”

Después de eso, vino una cata de tés. Té de coco, de jengibre, de flores raras, de cosas que no sé si eran comestibles pero estaban buenísimas.

Probé todos. TODOS.

Y como siempre, no me traje ninguno. Porque yo soy esa que lo prueba todo, lo ama todo, y se lleva… recuerdos.

Gunung Kawi: escaleras al cielo, o al menos al cuádriceps roto

Cuando ya creía que nada podía superar esa combinación de espiritualidad y excremento, nos llevaron al templo Gunung Kawi.

No había escuchado hablar mucho de él, pero apenas bajé del bus y vi la entrada rodeada de selva, supe que me esperaba algo especial.

Lo que no sabía era que para llegar había que bajar más de 370 escalones en plena selva, con el suelo mojado, las hojas resbaladizas y mi dignidad tambaleando.

Cada escalón era una aventura.

Cada pausa era una meditación.

Y cada intento de selfie era una lucha contra la humedad y el viento.

Pero cuando llegás abajo… ¡madre mía!

Gunung Kawi es uno de los lugares más alucinantes que vi en mi vida.

Un templo tallado directamente en la piedra, en el acantilado, al lado del río. Enormes santuarios tallados como si un gigante hubiera esculpido la montaña con sus uñas.

Y eso, aparentemente, es parte de la leyenda: que un gigante llamado Kebo Iwa los talló en un solo día.

Yo ya no sabía si era verdad o si lo había soñado.

El lugar era tan místico, tan antiguo, tan lleno de eco y viento y árboles y piedra mojada… que te hace callar.

Y yo no me callo fácil.

Ahí me senté un rato.

Mojada. Transpirada. Con olor a incienso y café caro.

Y miré las paredes.

Y me sentí pequeña. Pero feliz.

Fotos borrosas, peces que me ignoraron y una promesa

De regreso, traté de sacar algunas fotos. Algunas salieron movidas, otras directamente tienen gotitas en el lente. En una se ve un pez gigante mirándome con desprecio.

Y en otra, mi cara entre maravillada y derretida.

No hay foto perfecta. Pero sí una historia real.

Volví a Ubud empapada, cansada, con barro en las piernas, el alma liviana y la certeza de que esos días imperfectos son los que más se quedan en la memoria.

Prometí volver. Sin lluvia. O con más paraguas.


En el corazón de Ubud encontré un rincón lleno de paz, verde y sonrisas: Lucky Family Villa, un lugar hermoso, atendido con cariño, con una sala común que parecía de revista y una cama donde dormí como un bebé. Reservá Lucky Family Villa por Booking acá. Y si querés vivir este mismo día épico (con lluvia o sin), te dejo el tour que hice yo, que incluye el templo Tirta Empul y su ritual de purificación, una cascada escondida, la visita a una granja de café kopi luwak y el templo Gunung Kawi. Reservá el tour completo por Ubud desde este enlace (enlace afiliado). Reservando desde estos links me ayudás un montón a seguir compartiendo mis viajes con vos, sin que te cueste nada extra. ¡Gracias por sumarte a la aventura!

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