Uno de los lugares que más me dejó con la boca abierta en Bangkok fue el Gran Palacio. Sí, ese lugar que parece sacado de una película de Disney mezclada con Buda e iluminación espiritual. Es simplemente… mucho. Mucho dorado, mucho detalle, mucha historia, mucha belleza… ¡y muchos metros cuadrados! Más de 200.000 m² para ser exacta. Y yo, por supuesto, lo recorrí a pata. Porque no hay mejor forma de vivir un lugar que con ampollas de souvenir.

Llegás al Gran Palacio y ya te das cuenta que la palabra “espectacular” le queda corta. La entrada es imponente, y desde el primer paso todo brilla. Oro por todos lados. No oro figurado, oro-oro. Las paredes, los techos, las estatuas, los dragones… todo tiene su brillo, su historia, su misterio. Y yo, como una niña en Disney pero con 40 grados y los hombros cubiertos con un pañuelo prestado (porque obvio, sin hombros no entrás).

Uno de los momentos más emocionantes fue cuando estuve frente al Buda Esmeralda, en el templo más sagrado del país: Wat Phra Kaew. Es chiquito, pero poderoso. No se pueden sacar fotos ahí, pero igual me hice una selfie al lado —con respeto, obvio— que salió tan movida que parece una pintura impresionista. Pero bueno, la intención es lo que cuenta, ¿no?

Apenas entrás a Wat Pho, sentís que algo grande te espera. Pero grande grande. Y no me refiero solo a lo espiritual: te encontrás de frente con una figura dorada de 46 metros de largo y 15 de alto, brillando como si lo hubieran lustrado con oro de estrella.

Y ahí está él: el Buda Reclinado, acostado de costado como quien se echó una siestita mística después de una vida intensa. Pero no es una siesta cualquiera. Esta postura representa el momento en que Buda alcanzó el Nirvana, ese instante de iluminación suprema en el que se despide del ciclo de renacimientos. Así que no, no está tirado: está trascendiendo.

Lo más llamativo son los pies del Buda. Sí, leíste bien. Tiene los pies más famosos de Tailandia. Miden más de 5 metros y están tallados con 108 símbolos sagrados en nácar. La cantidad de gente que les saca fotos es increíble… ¡a unos pies!

El salón que lo contiene es tan largo que no podés verlo completo desde ningún ángulo. Tenés que ir caminando, pasito a pasito, como si fueras parte de un desfile silencioso. Y mientras avanzás, vas escuchando el sonido de monedas cayendo en cuencos: un ritual que la gente hace para atraer buena suerte. Hay 108 cuencos (como los símbolos en los pies), y podés poner una moneda en cada uno. Spoiler: yo me quedé sin monedas a la mitad, pero le puse onda igual.

Y eso es lo que tiene Wat Pho: una energía tranquila, dorada y envolvente. Es menos caótico que el Gran Palacio, y a pesar de su tamaño imponente, el Buda Reclinado transmite una paz enorme, como si te dijera: “Está todo bien. Todo va a estar bien”.

Si vas a Bangkok, guardate este plan como si fuera oro (literal y figuradamente):
el tour por el Gran Palacio y Wat Pho fue de lo más impactante que viví.

Y para cerrar el día con paz, me alojé en el Kinnon Deluxe Hostel, un oasis entre tanto brillo, tuk-tuk y vida intensa.

Porque Bangkok no se recorre, se atraviesa. Y te atraviesa a vos también.

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