Yo solo quería caminar un rato por la playa, ver cómo se escondía el sol, tranquila… hasta que de golpe me encuentro con esto: una mega estatua que parece sacada de “Los dioses del Olimpo en Bali.”

Ahí estaba yo, con mi coco en la mano y la mandíbula en el piso, mirando al Patung Gatot Kaca, un conjunto de dioses que te miran desde lo alto como diciendo “tranqui, humana, seguimos tus pasos.”

No sé si era la luz del atardecer o el cansancio, pero juro que por un segundo pensé que se movían.

Los locales paseaban como si nada, y yo con cara de “¿ustedes ven lo mismo que yo?”

Hago un paréntesis

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El viento me despeinaba, el cielo se ponía dorado y esas figuras gigantes parecían cobrar vida con cada rayo de sol.

Era tan impresionante que me quedé ahí, quieta, tratando de entender si estaba viendo arte, historia o directamente un capítulo de mitología balinesa en vivo.

Y bueno, Bali es así: vos salís a ver el atardecer y terminás en medio de una escena divina, con el viento en la cara, arena en los pies y la sensación de que en cualquier momento va a arrancar la música épica de fondo.

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