Salí a caminar sin rumbo. No sé por qué me hago la que “voy a dar solo una vuelta”, si ya me conozco: termino recorriendo media isla, con la cara color langosta y una botella de agua vacía en la mano. Pero bueno, el cuerpo me pide explorar.
Así que ahí fui, caminando por la playa, el mar pegando en los pies, los puestos de cocos, los perros durmiendo en grupo (que acá son como los dueños del lugar), y yo feliz, sin saber ni a dónde iba.
De pronto, entre las palmeras, veo algo que me llama la atención: un templo. Pero no uno más. No, este era distinto. Se llama Pura Masceti, y ya de lejos se nota que tiene algo especial. Es uno de los templos más antiguos de Bali, dedicado a Dewi Sri, la diosa del arroz y la fertilidad. Acá los balineses vienen a rezar para que sus cultivos crezcan fuertes y no falte comida.
El templo está a orillas del mar, y parece salido de otro tiempo. Todo de piedra, con esculturas cubiertas de musgo, flores por todos lados y esas puertas altísimas que parecen de otro mundo.
Y lo más increíble: no había nadie.
Nada. Cero gente. Ni turistas con palito selfie, ni guías con micrófono, ni perros echados a la sombra. Era como si el templo me hubiera estado esperando solo a mí.
Hago un paréntesis
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Entré despacito, mirando para todos lados, con esa cara de “¿será que puedo pasar o me cae un rayo balinés si piso mal?”.
El silencio era total. Solo se escuchaba el viento y las olas. Me senté un rato, respiré y pensé: “Mirá vos, la cordobesa en un templo balinés, descalza, meditando como si supiera lo que está haciendo”.
Estar ahí sola fue una experiencia impresionante. Sentís algo raro, como si el lugar te abrazara. Hay templos que te impactan por lo lindos, pero este… te deja quieta. Como si el alma dijera “bueno, sentate un rato y escuchá”.

Después de esa experiencia casi mística, decidí que era momento de integrarme culturalmente. Así que me puse a practicar algunas palabritas en balinés.
Por ejemplo, “terima kasih” quiere decir gracias, y “sampai jumpa” significa hasta luego.
El tema es que mi pronunciación no ayuda. Yo digo algo tipo “terima cachi”, con ese tonito cordobés que ni los traductores de Google podrían interpretar.
Pero lo lindo es que cuando se los decís, te sonríen con una alegría enorme. Les encanta que uno intente hablar su idioma. Me contestan con un “sama-sama”, que significa de nada, y ya ahí nos reímos todos, sin entendernos, pero felices igual.
Creo que ellos piensan algo tipo “no tiene idea lo que dijo, pero le pone ganas”. Y sí, le pongo ganas. Porque viajar también es eso: hacer el ridículo con dignidad y buena voluntad.

