Bueno, acá estoy, ¡en Jimbaran! Primer día, toda la ilusión de la “isla paradisíaca” y ¿qué me recibe? ¡Una lluvia digna de cortina de baño! Porque claro, yo quería sol, palmeras y arena dorada, pero parece que Bali me dijo: “tranquila reina, primero te aclimatamos con chapuzón gratis”.
La playa estaba “cerca”… pero en idioma balinés cerca significa “si sos atleta olímpica”. Así que terminé pidiendo un Grab, que es como el Uber de acá, y apenas me subí, ¡pum! chaparrón de esos que te hacen pensar si no deberías empezar a construir un arca.
Y yo, con hambre de turista que todavía no probó ni un arrocito balinés, dije: “Bueno, paro en un restaurante cualquiera”. Pero error garrafal: en Jimbaran caen dos gotas y los restaurantes se ponen de acuerdo para cerrar todos juntos, como si dijeran “muchachos, viene tormenta, a dormir la siesta”.
La parte épica fue mi taxista balinés. Un fenómeno. Nos reímos de todo, hasta de la lluvia, y yo pensaba: “A este hombre me lo enmarco y lo pongo en la mesa de luz. Así, tal cual, con el auto y todo”.
Al final, me refugié en un café/restaurante y terminé almorzando un plato típico balinés: un Mie Goreng (fideos fritos salteados con pollo y verduras), con un huevo frito perfecto arriba, satay de pollo con salsa de maní, ensaladita fresca y krupuk (esas galletitas crocantes que parecen papitas mágicas). ¡Un manjar! Nada mejor para reconciliarse con el día después del aguacero.

Y como la vida siempre da revancha, al rato paró de llover. Así que me fui igual a la playa de Jimbaran, me tiré a tomar sol como lagartija feliz y hasta tuve espectáculo de película: unos recién casados sacándose fotos en pleno atardecer. Una hermosura ver esa escena romántica con el mar de fondo, mientras yo pensaba: “¡Mirá vos, Jimbaran! de chaparrón a postal de boda en un par de horas”.
Dónde alojarse
Yo me quedé acá y lo recomiendo de verdad.
Está bien ubicado, es cómodo y tiene muy buenas valoraciones.
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Por ahora, lo único que te digo es: los balineses son un amor. Ya los adopté de por vida.



