Siempre soñé con ir a India, pero durante mucho tiempo no me animé. Era como un deseo guardado en un cajón. Hasta que, en uno de mis viajes, conocí a una francesa llamada Guillemette. Un día le dije, medio al pasar: “Me gustaría irme a India”. Y me respondió: “Ah, a mí también”. Pasaron unos meses, y un día, así de simple, dijimos: ”¿Y si vamos?”. Y fuimos.

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Ella salió desde Francia, yo desde Argentina. Nos encontramos en Nueva Delhi. Cuando llegué, ella ya me estaba esperando desde hacía unas horas. El reencuentro fue una mezcla de sorpresa, emoción, y entusiasmo puro. ¡No lo podíamos creer!

Primeras impresiones de Nueva Delhi

Apenas aterrizás en India, todo cambia. El cielo tenía un tono denso, gris, pero abajo… abajo era todo lo contrario: una explosión de colores, sonidos, aromas y miradas. Nos tomamos un tren que te lleva desde el aeropuerto directo al centro de Delhi. Y cuando bajamos en la estación de tren de Nueva Delhi, sentí que estaba entrando en otro universo.

No sé si puedo describirlo bien, pero era como si todos los sentidos se activaran a la vez. El bullicio, los vendedores ambulantes, las familias caminando, la música de fondo, los aromas de la comida callejera… todo junto. Y la cantidad de gente. Nunca vi tanta gente junta en un mismo lugar.

Una lluvia de colores

Una de las cosas que más me impactó fueron los colores. A través de la ventana del tren, veía la ropa colgada secándose en terrazas o en las paredes de las casas. Esas telas, esas sábanas, esos saris… tenían unos colores que no había visto nunca. Colores vivos, brillantes, como si la vida estuviera teñida de fucsias, turquesas, naranjas y dorados.

India te descoloca. Es un país que te sorprende todo el tiempo. Cada día es una aventura. Incluso cruzar la calle se convierte en una especie de videojuego: esquivar motos, autos, tuk-tuks, vacas. Pero es parte del encanto.


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