Hoy me fui a Lalitta Café, que me lo habían recomendado tantas veces que dije: “Bueno, vamos a ver qué onda este cafecito”. Y mírame… entré y casi me caigo de espaldas. Te juro que parece que alguien dijo: “¿Y si hacemos una selva mágica en miniatura y la ponemos acá nomás, en Chiang Rai?” Y lo hicieron.

Apenas pasás la entrada, te recibe un caminito rodeado de plantas gigantes que pareciera que te están diciendo: “Bienvenida, reina, pase que acá empieza el show”. Y literalmente empieza: árboles, hojas por todos lados, flores que estallan en colores, tronquitos acomodados como si los hubiera dejado un duende prolijo, y esa humedad que te da la sensación de “selva pero versión boutique”.

Ese día llovía suave, y en vez de arruinarlo, te juro que le sumó. Las hojas brillaban, olía a tierra mojada, y yo caminaba como si estuviera en un cuento donde en cualquier momento me iba a aparecer un monito saludando o un hada ofreciéndome un té.

Y de pronto… la cascada.

Ahí sí que dije “bueno, ya está, esto es un fantástico”. Una cascada enorme, con agua cayendo como en slow motion, las rocas todas acomodaditas, los charquitos alrededor… todo armado tan perfecto que te hace olvidar que estás a 10 minutos de la ciudad. Parece un pedacito de mundo inventado, pero hecho con tanto amor que te lo creés.

Hago un paréntesis

Recomendación personal

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Seguís caminando y cada rincón tiene algo: un puentecito, un estanque, una roca rara, un tronco que parece decorado a mano, un árbol inmenso con luces escondidas… Es como un parque temático inspirado en una selva imaginaria. No es la naturaleza natural, es la naturaleza soñada.

Yo la pasé hermoso, me quedé un rato largo paseando bajo la llovizna, respirando ese airecito fresco, mirando cada detalle. Y si querés ir sin preocuparte por transporte, horarios o nada, te recomiendo hacer el mismo tour que hice yo, porque fue impecable.

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