Hoy decidí ir a conocer el templo Gunung Kawi, en Tampaksiring, y si hay algo que aprendí es que los templos balineses no te iluminan: te entrenan para el Himalaya. Desde que puse un pie en la entrada supe que esto iba a ser una experiencia espiritual… y aeróbica.

El sendero empieza entre arrozales de un verde tan brillante que parece que alguien los pintó con resaltador, y se escuchan pajaritos, el viento entre los árboles y motos lejanas (porque en Bali, siempre hay una moto). Vas bajando los escalones y cada tanto te cruzás con un puesto de cocos, incienso o pulseritas que dicen “good karma” —todo muy coherente, porque lo vas a necesitar.

A medida que descendés, el sonido del río sagrado Pakerisan se hace más fuerte. El aire huele a tierra mojada, a flores recién cortadas y a ese incienso dulce que te hace sentir parte de una película mística. Todo tiene una calma que te desarma: los locales caminando descalzos, las mujeres llevando ofrendas en la cabeza con una elegancia que ni en un desfile de moda.

Y de golpe, llegás a una especie de valle tallado en la montaña y ahí está: Gunung Kawi, un conjunto de templos esculpidos directamente en la roca, tan grandes y detallados que te dan ganas de preguntar quién tuvo la paciencia. Son los candis, monumentos funerarios del siglo XI dedicados al rey Anak Wungsu y su familia.

La leyenda local cuenta que un gigante llamado Kebo Iwa los construyó en una sola noche usando las uñas. Sí, las uñas. Mientras yo me quiebro una por abrir una lata de atún, el señor hacía templos. Eso explica mucho de por qué en Bali todo parece tener una magia diferente: acá lo imposible es cotidiano.

Te quedás ahí parada, mirando cómo el agua corre entre las piedras, cómo las sombras cambian con el sol y cómo los templos se camuflan entre el musgo. Hay pequeños altares cubiertos de flores, vertientes de agua sagrada donde la gente se purifica, y ese tipo de silencio que no es vacío, sino lleno de vida.

Hago un paréntesis

Recomendación personal

Antes de seguir con la historia: si querés resolver el alojamiento rápido (sin abrir veinte pestañas), esta es la opción que yo miraría primero. Bien ubicada y con muy buenas valoraciones.

Abrís el link, ponés tus fechas y mirás tranquilo. Alternativas filtradas · Reserva online

Es un lugar que transmite paz, historia y misterio. Sentís que estás caminando dentro de algo antiguo, poderoso y sereno. Todo te invita a bajar el ritmo, a respirar más despacio, y a entender por qué los balineses sonríen tanto.

Y después… llega la subida. Esa subida eterna que te devuelve al presente de golpe. Pero no importa: subís con una mezcla rara entre fatiga, gratitud y reencarnación anticipada. En cada escalón sentís que algo se limpia, aunque probablemente sea el maquillaje. Cuando llegás arriba, te juro, estás distinta. Más liviana, más conectada, y con un músculo nuevo que antes no sabías que existía.

Definitivamente, Gunung Kawi no se visita: se experimenta. Es historia viva, naturaleza pura y una dosis justa de aventura espiritual (y aeróbica).

Si querés conocer este lugar mágico y escuchar en persona las historias de los locales, te dejo este tour súper completo:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *