A ver por donde empiezo..

Supongo que por el chai, porque si algo entendí ese primer día en India es que el día no empieza hasta que tomás un buen chai. No importa si hay bocinazos, vacas en la calle o un millón de personas moviéndose como un hormiguero humano: primero el chai.

El chai: ese té que te despierta el alma

No me pregunten qué tiene exactamente ese brebaje mágico, pero después de mi primer sorbo sentí que se me reordenaron los chakras, los pensamientos, los órganos y hasta las emociones. ¡Todo!

El chai no es un simple té. Es un ritual.

Es un té negro fuerte, cocido con leche entera (sí, entera, bien cremosita) y una mezcla de especias que varía según quién lo prepare, pero suele tener:

  • Jengibre, para darte calor desde adentro.
  • Cardamomo, que le da ese toque dulcecito y exótico.
  • Canela, que te abraza el estómago.
  • Clavo de olor, que te despierta el alma.
  • Pimienta negra, sí, pimienta en el té. No preguntes, funciona.
  • Y a veces, anís estrellado o nuez moscada, dependiendo de la zona o del humor del señor del chai.

Yo lo tomé en un puestito callejero de Delhi, servido en esos vasitos chiquitos de cerámica o de vidrio manchado por años de historia. El tipo que lo hacía lo servía desde una altura ridículamente alta, como si estuviera haciendo malabares líquidos, y sin derramar una gota. El chai salió espumoso, hirviendo y con ese aroma a “te juro que te vas a enamorar de este país, aunque todavía no lo sepas”.

Tomé ese primer sorbo y sentí algo así como una alineación instantánea con el universo.

Listo, estaba preparada para India. O eso creía.

La estacion de tren: bienvenidos al caos

Después del chai y unas tostadas (porque una no vive solo de especias), nos fuimos a la estación de tren de Nueva Delhi.

Spoiler: no estaba preparada.

Imaginate el subte de Buenos Aires en hora pico… multiplicado por cien… y sin ningún tipo de fila organizada. Todo es ruido, gritos, vendedores, familias enteras cargando cosas imposibles, olor a curry, a humedad, a incienso.

Y nosotras: dos mujeres extranjeras,paradas como dos faroles en medio del caos.

Ahí estábamos, intentando comprar un ticket para ir a Jaipur, cuando de repente —no sé de dónde salió— aparece un policía corriendo a los gritos y con un palo (¡literalmente un palo!). Y no era para saludarnos, no. Era para correr a los hombres que estaban haciendo cola, para que nosotras pudiéramos pasar a comprar el ticket.

Yo, con mis modales occidentales, le decía:

— “No hace falta, de verdad… está todo bien…”

Pero él seguía, a los palazos, abriéndonos paso como si fuéramos Beyoncé llegando al escenario.

Yo no sabía si reírme, llorar o salir corriendo. Lo cierto es que eecompramos el pasaje —con culpa incluida— y ahí empezó el verdadero viaje.

Una festividad importante , un tren lleno, y mi decisión firme

Justo ese día, me enteré, había una festividad importante. Eso significa una sola cosa en India: todo está más lleno de lo normal, lo cual ya de por sí es bastante decir.

Me dijeron que no había tickets en las clases “turísticas”, pero que sí quedaban en la clase común, la de los locales.

Y ahí no lo dudé:

— “¡Obvio que sí! Quiero viajar con ellos, vivir la experiencia real. Vine a ver la India de verdad, no desde una ventana.”

Spoiler 2: la India de verdad no te espera en una ventana, te envuelve, te arrastra, te abraza… y a veces te sacude un poco también.

El tren a Jaipur: una cama, una sopa y un nene que me partió el corazón

Antes de subir al tren, otro policía (¿hay policías por todos lados? Sí) me aconseja:

— “Tené el ticket en la mano, porque cuando llegues, seguro tu asiento está ocupado. Mostralo y listo.”

Dicho y hecho.

Subimos y en mi asiento… una familia entera ya estaba instalada. Con mantitas, niños, tuppers de comida y hasta estaban cocinando algo abajo, entre los asientos. Como si fuera su living.

Y ahí estoy yo, con mi mochilita y mi cara de “esto no lo vi en las fotos de Instagram”.

Me costó pedir el lugar. Me dio cosa. Pero mostré el ticket y, como dijo el poli, se corrieron sin chistar.

Sí, fue incómodo. Me sentí mal. Pero allá la ley es clara: el ticket es tuyo, el asiento es tuyo. Aunque en la práctica, a veces, nada es de nadie.

El tren era de esos que se transforman en cama. Te dan unas sábanas descartables (que por supuesto parecen cualquier cosa menos limpias, pero ya era tarde para delicadezas), armás tu camita cucheta, y te acomodás a dormir.

Y justo cuando pensaba que iba a dormir incómoda y culpable…

uno de los nenitos de esa familia se sube a mi cama y me ofrece un poco de su sopa casera.

Yo no podía más. Casi lloro. ¿Cómo explico ese gesto tan puro?

El día siguiente fue mágico, visitamos el Fuerte de Amber, conocimos a una chica del sur de India que nos enseñó cómo comer con la mano como se debe, y saqué mil fotos a todo lo que se movía (y a lo que no, también).

Pero esa parte la dejo para el próximo capítulo.

Porque este primer día, entre el chai, los machetes, los trenes, el caos, la culpa, el amor y la sopa… ya me mostró todo lo que India es capaz de darte.

Un shock.

Pero un shock hermoso.

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