Hoy me fui a conocer el famoso Templo Rojo, el Wat Phrathat Doi Saket, y mirá… yo venía con cero expectativas. Pensé que iba a ser uno de esos templos que ves cinco minutos, sacás una foto y te vas a comer un mango pegoteado.

Pero no.

Este lugar me agarró desprevenida y me dio una de esas experiencias que te quedan vibrando adentro.

El templo está construido en varios niveles, como nueve pisos, uno arriba del otro. Parece una torre espiritual hecha para que vayas subiendo no solo el cuerpo, sino la cabeza también.

Nivel 1 – La entrada al mundo rojo

Entrás y lo primero que sentís es ese color rojo fuerte que te envuelve. En la cultura budista, el rojo representa protección, energía vital y buena fortuna. Es como si el templo te dijera: “Vení, tranquila, te cubro yo”.

Ahí mismo te encontrás con los primeros Budas dorados, enormes y chiquitos, cada uno con una postura distinta que simboliza cosas diferentes:

  • Buda de la protección con una mano levantada.
  • Buda de la compasión con las manos en el regazo.
  • Buda de la iluminación tocando la tierra (ese gesto que dice “acá estoy”).

Cada figura te recibe como si fueras parte de la casa.

Niveles 2 y 3 – Los cánticos que suben

Seguís subiendo y aparece ese sonido suave que viene desde abajo. Son cánticos, plegarias, mantras… no sabés bien qué, pero te van acompañando.

En estos niveles hay murales pintados con escenas de la vida del Buda: su nacimiento, su despertar, su enseñanza. Es como si el templo te fuera contando la historia mientras vos subís.

Nivel 4 – El templo se angosta

Acá todo empieza a cambiar.

El pasillo se hace más estrecho, las escaleras más empinadas y la luz entra en líneas finitas entre las ventanas. Cada piso te “achica” un poco el mundo exterior para que te empieces a concentrar.

Hay Budas más pequeños, en vitrinas de vidrio, cada uno representando un estado mental:

  • calma,
  • claridad,
  • paciencia,
  • sabiduría.

Parece un museo emocional.

Niveles 5 y 6 – El silencio armado

A esta altura, los cánticos ya casi no llegan.

Los niveles se sienten más sagrados. Encontrás pequeñas salas donde la gente deja flores, velas y papeles con deseos escritos. Son niveles dedicados a la reflexión, como si fueran estaciones del alma.

También aparecen paneles pintados con colores fuertes que representan los reinos del budismo: el reino humano (el nuestro, donde nos complicamos solos), el reino celestial y el reino de la introspección.

Todo puesto ahí para que entiendas que la vida tiene niveles… igual que el templo.

Hago un paréntesis

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Niveles 7 y 8 – La calma total

Ahora sí: silencio absoluto.

Acá no se escucha nada. Ni pasos. Ni viento. Ni voces.

Encontrás estatuas de Buda más delicadas, más trabajadas, cubiertas en pan de oro y rodeadas de flores frescas. Cada Buda está en una postura distinta, representando etapas del despertar espiritual: meditación profunda, benevolencia, protección del mundo.

El templo se achica todavía más, como si te dijera: “Ya falta poco, seguí.”

Nivel 9 – El premio mayor

Llegás al último escalón y se abre frente a vos un ventanal gigante que te deja viendo toda la ciudad de Chiang Mai, las montañas alrededor y un cielo que parece más grande desde ahí arriba.

Y lo mejor: a un costado, ahí cerquita, aparece el Gran Buda Blanco, enorme, imponente, como un guardián silencioso del lugar.

La luz entra directo desde el ventanal y vuelve dorados a todos los Budas del nivel. Es un momento que te deja quieta, en paz, como si el templo te dijera: “Bueno, acá era lo que viniste a buscar.”

Es un templo sencillo, sin grandes lujos, pero cada piso está pensado para que entiendas que subir es también soltar. Y cuando llegás arriba, entendés el sentido de todo el viaje.

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