Domingo a la noche en Chiang Mai.
Yo con toda la intención zen del mundo: “hoy me quedo tranqui, escribo un poco, me hago un té”.
JAJA.
A los diez minutos ya estaba afuera, en chancletas, rumbo al mercado nocturno de los domingos, porque evidentemente mi cuerpo detecta olor a comida a kilómetros.
Y, gente… eso no es un mercado.
Es un universo paralelo.
Arranqué a caminar tipo siete de la tarde y a las ocho seguía, a las nueve seguía…
A las diez ya no sabía si estaba recorriendo puestos o cumpliendo el Camino de Santiago versión tailandesa.
No sé cuántos metros tiene, pero calculo que si te lo hacés entero, te dan una medalla o por lo menos un postre gratis.
Y los puestos… ¡por favor!
Tenés gente tallando frutas como si fueran esculturas del Louvre, otros que te hacen un retrato en 5 minutos, una señora que vende jabones con forma de sushi, y un señor que te ofrece un masaje de pies por dos dólares.
DOS DÓLARES.
Yo no sé quién maneja la economía de este país, pero lo amo.
Por dos dólares, te masajean los pies, te charlan, te sonríen y encima te dan una toallita perfumada.
A esta altura estoy considerando cambiar mi nacionalidad.
Y después está la comida.
Ay, la comida.
El aire huele a gloria: curry, ajo, soja, coco, y algo frito que no sabés qué es pero igual querés probar.
Comés por tres dólares y te vas rodando, pero feliz.
Hay pad thai, fideos, brochetas, arroz con piña, hongos salteados, empanaditas, panqueques con Nutella, y un montón de cosas que claramente estaban vivas hace diez minutos, pero huelen tan bien que no hacés preguntas.
En un momento me encontré con un puesto que vendía jugo de mango.
Me pedí uno, lo tomé, y juro que por tres segundos vi a Buda saludándome desde el fondo.
Y entre tanta comida y caos, la gente sigue sonriendo.
Te hablan, te invitan, te hacen sentir que sos parte del quilombo.
Y vos ahí, feliz, brillando de sudor, con olor a salsa de soja y una brocheta en cada mano, pensando: “Esto, definitivamente, es vivir.”
Y cuando ya creés que no podés más, aparece una banda tocando versiones tailandesas de Ed Sheeran, y vos te quedás ahí, bailando medio torpe con tu jugo en la mano, completamente entregada a la vida.
Hago un paréntesis
Antes de seguir con la historia: si querés resolver el alojamiento rápido (sin abrir veinte pestañas), esta es la opción que yo miraría primero. Bien ubicada y con muy buenas valoraciones.
Así que sí, el Sunday Night Market no es un mercado.
Es una trampa mortal de felicidad, olor a frito y precios imposibles.
Vas a comer, reírte, gastar tres dólares y salir con los pies blanditos y el alma contenta.
Y si eso no es el paraíso… yo ya no sé qué más quieren.
