Hoy me levanté con ese pensamiento de “bueno, Nadia, hoy te toca dejar de controlar todo”.

Y lo hice.

Pedí mi primer Grab en moto.

Sí, en moto.

Yo, la que si no tiene el volante en la mano entra en pánico.

Pero bueno, una tiene que aprender a soltar, ¿no?

El balinés llegó con su sonrisa eterna, su casco y una calma que me hizo pensar: “si maneja como sonríe, llego viva”.

Arrancamos, y yo al principio agarrada del bolso, del aire, de mi fe… de lo que hubiera.

A los dos minutos me relajé.

Acá el tránsito parece un caos, pero funciona con la precisión de una orquesta balinesa: autos, motos, perros y templos, todos moviéndose en perfecta armonía.

Y en diez minutos ya estaba ahí, frente a la Tegenungan Waterfall, la cascada más famosa de Bali.

Hermosa, imponente, con un rugido que se siente en el pecho.

Y ahí me acordé de algo: había dudado si llevar la malla.

Menos mal que la tiré en la mochila, porque fue la mejor decisión del día.

Apenas vi esa cascada cayendo entre la selva, no lo dudé. Me metí directo.

Ahí estaba yo, en medio del agua, creyéndome que estaba en la pileta de mi casa.

Chapoteando, riéndome sola, empapada y feliz.

El agua estaba perfecta, fresquita, y podés acercarte casi hasta tocar el salto.

A los costados hay unos mini templos balineses, cubiertos de musgo, donde los locales dejan ofrendas con flores. Es como si la naturaleza y la espiritualidad se dieran la mano.

Hago un paréntesis

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Me quedé largo rato ahí, entre el ruido del agua y el eco de mis pensamientos.

Pensé: “esto no es una cascada, es un reinicio del alma”.

En la vuelta, ya iba canchera en la moto, el casco torcido, el viento en la cara.

El conductor me pregunta de dónde soy y cuando le digo Argentina, grita:

—“¡Messi! ¡Campeones del mundo!”

Y yo muerta de risa.

Porque claro, ni en la selva más profunda de Bali te escapás del tema Messi.

Así que sí, si estás en Bali, llevate la malla y las ganas de animarte.

Porque Tegenungan Waterfall no es solo una cascada: es un baño de vida.

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