Después de haber sobrevivido a la lancha centrifugadora y de vivir en una casita de ensueño entre árboles en las Islas Gili, decidimos con mi amiga chilena seguir la aventura. Esta vez, cambiamos de escenario y nos fuimos a Gili Meno, la isla más romántica de todas. Pero claro, nosotras no estábamos de luna de miel… estábamos de luna de chicas atrevidas y curiosas, así que después de unos días ahí, nos fuimos directo a la isla fiestera: Gili Trawangan (que a esta altura le digo de todo menos el nombre correcto: “Chilitravalgad”, “Travalgan”, “Trágame tierra”, etc.).

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Y bueno, ahí estábamos, temprano en la mañana, listas para recorrer toda la isla en bici. Porque sí, en las Gili no hay autos ni motos ni bocinas ni ese estrés que te corre. Todo es a pedal o a tracción a caballo. Así que alquilamos unas bicis y nos lanzamos a la aventura.

Pero lo mejor vino después…

La chef que no sabía que era chef

Mientras pedaleábamos felices por la isla, se nos cruzó un cartel que decía:
“Clases de cocina balinesa hoy – ¡inscribite!”
Y claro, como buena curiosa, pensé: ¿Por qué no? ¿Qué puede salir mal?
Bueno… todo, pensé. Pero al final salió ¡todo bien!

Nos anotamos. Nos dieron delantal, cuchillo, una montaña de verduras y especias que no había visto en mi vida, y una sonrisa de oreja a oreja del instructor que decía:
“Hoy vas a cocinar como una balinesa.”
Y yo: “Bueno, si vos lo decís…”

¡Y lo hice! Cociné dos platos balineses como si hubiera nacido en un warung:

Primera foto:
Un exquisito Kari Tahu Sayur (curry de tofu con vegetales y leche de coco). Un plato cremoso, con cubitos de tofu que absorbían todo el sabor del curry, zanahorias, espinaca, y ese toque mágico que tiene la comida balinesa: ni dulce, ni salado, ni picante… ¡todo a la vez! Exótico, aromático, ¡y delicioso!

Segunda foto:
Nada más y nada menos que unos clásicos Mie Goreng (fideos salteados con verduras). Pero estos no son fideos cualquiera: son los fideos con más onda del planeta. Tenían zanahoria, repollo, ají rojo, ajo, cebolla, y una mezcla de salsas que no sabría replicar ni con Google y mi abuela al lado. Lo importante es que quedaron riquísimos. No podía creer que eso lo había hecho yo. ¡Yo! Que pensaba que la única forma de cocinar era calentar agua para el mate.

Y para cerrar el día… cine en la playa

Después de tanto pedalear, cortar vegetales, sudar con el wok, y reírnos con los demás del curso, llegó la noche. Y como si el día no hubiera sido suficientemente perfecto, caminando por la playa nos encontramos con algo que parecía sacado de una película de amor (¡pero real!):
Cine al aire libre, al lado del mar.

Una pantalla gigante, sillones y pufs en la arena, y el mar de fondo haciendo su propio soundtrack. Cualquiera podía ir, sentarse (o tirarse), y disfrutar de una película mientras la brisa marina te acariciaba el alma. Yo ya no sabía si llorar, reír, o pedirle a alguien que me pellizque para ver si eso estaba pasando de verdad.


Conclusión:
Ese día fue una mezcla perfecta de sabor, sorpresa y simple felicidad. Un día donde la comida me sorprendió, la isla me abrazó y el cine me dejó flotando de emoción.
Y sí, yo que pensé que no iba a poder hacer ni una ensalada, terminé haciendo un curry que podría vender en Buenos Aires. ¡Así que ojo! Próximamente: “Nadia Andamundo y su food truck balinés por Latinoamérica”. ¿Quién te dice?




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El profesor fue un amor, aprendimos de verdad y comimos riquísimo. ¡Lo súper recomiendo!
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