Yo llegué a Chiang Mai con la promesa solemne de que esta vez sí iba a descansar.

Me había imaginado una versión zen de mí misma: levantándome con el canto de los pájaros, tomando té verde mirando montañas, escribiendo mi diario espiritual y diciendo “sabai sabai” (todo tranqui).

A las dos horas ya estaba caminando sin rumbo, con una brocheta en la mano, transpirando feliz y gritando internamente: “¿qué es este lugar mágico?”.

Así de peligrosa es Chiang Mai: te promete calma y te devuelve vida.

1. La “Ciudad Nueva” que ya debería tener descuento de jubilada

Su nombre significa Ciudad Nueva, pero fue fundada en 1296.

Nueva no es, digamos que está más curtida que yo después de diez kilómetros de caminata.

Fue la capital del antiguo Reino de Lanna, y todavía conserva sus murallas, su foso y un aire a historia vivida que te deja muda.

Caminás por el casco antiguo y te cruzás con monjes, motos, turistas, gatos y olores que no sabés si vienen de incienso o de algo que se está cocinando al lado.

Y todo convive en perfecta armonía, como si la ciudad te dijera: “tranqui, acá todo tiene sentido aunque no lo entiendas”.

2. Templos: el paraíso de los que aman el dorado

Hay más de 300 templos en Chiang Mai.

Sí, leíste bien: trescientos.

Y todos brillan, literalmente. Algunos parecen sacados de una película de fantasía, otros de una pintura, y otros directamente del cielo.

El Wat Phra That Doi Suthep, allá arriba en la montaña, parece una joya gigante iluminada por el sol.

Subís las escaleras y sentís que la vista te aplaude.

No hace falta ser espiritual para que se te erice la piel.

3. Donde el aire se respira y la vida se baja de revoluciones

Después de Bangkok, llegar a Chiang Mai es como poner el cuerpo en modo “ahora sí respiro”.

El aire fresco de las montañas, el verde por todos lados y la sonrisa tranquila de la gente te bajan las pulsaciones.

Acá nadie corre, ni aunque se caiga el cielo.

Y vos, que venías con el chip del reloj en la cabeza, te descubrís caminando lento, comiendo despacio y disfrutando el simple hecho de existir.

Hasta que llega el mercado nocturno… y ahí la calma se te va con el primer aroma a pad thai.

4. Bo Sang: el pueblo donde las sombrillas tienen más onda que uno

A 15 minutos del centro está Bo Sang, el lugar donde hacen las sombrillas de papel más lindas del planeta.

Las pintan a mano, una por una, con flores, elefantes y escenas de la vida tailandesa.

Los mirás trabajar y pensás: “yo no tengo paciencia ni para esperar que hierva el agua del té”.

Y mientras ellos están en modo Buda, vos ya estás calculando si entra una sombrilla en la mochila.

(No entra. Igual te la comprás.)

5. Yi Peng: el festival que parece un sueño (hasta que una linterna te pasa cerca del flequillo)

En noviembre, Chiang Mai se convierte en un cielo encendido.

Miles de linternas flotan hacia el aire durante el Festival Yi Peng y todos se quedan en silencio mirando cómo sus deseos se van volando.

Es imposible no emocionarse.

La ciudad entera brilla, la gente sonríe, y vos ahí, parada con tu linterna, pidiendo algo que ni vos sabés bien cómo poner en palabras.

Spoiler: cuando la soltás, algo dentro tuyo también se suelta.

6. La capital mundial del “me reinvento con un latte”

Chiang Mai tiene más cafés que días del año.

Y todos con nombres como “Relax & Roast” o “Zendo Café”.

Entrás a tomar un café y salís con una idea de negocio, un nuevo amigo australiano y un budín de banana.

Hay algo en el aire que te inspira.

Capaz es el olor a café recién molido, o capaz es que por fin tenés tiempo para pensar en voz baja.

De repente, la vida parece tener ritmo de filtro frío.

7. La hermana zen de Bangkok (pero con carácter propio)

Si Bangkok es ruido, Chiang Mai es pausa.

Si Bangkok es una fiesta, Chiang Mai es una conversación larga al atardecer.

Acá la gente no grita, no empuja, no se apura.

Y eso se contagia.

Hasta los perros callejeros parecen meditar.

Pero ojo: cuando cae el sol, aparecen los bares, los mercados, la música en vivo y ese ambiente entre mochilero y mágico donde todos terminan bailando con una sonrisa.

Hago un paréntesis

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8. El mercado donde vas por mirar y terminás cargando media feria

El Mercado Nocturno de Chiang Mai no se visita: se sobrevive.

Luces, música, comida por todos lados, y un caos hermoso donde cada esquina tiene un aroma distinto.

Hay puestos con talladores de frutas, masajes al aire libre, ropa imposible de no tocar y cosas que no sabés si son comida o decoración.

Entrás con 200 baht y salís con una lámpara, tres collares, una linterna, una prenda que no necesitabas y una sonrisa enorme.

Y si todavía tenías dudas, ahí entendés por qué todos terminamos diciendo: “Chiang Mai tiene algo”.

Chiang Mai no se explica, se siente.

Tiene algo que te calma mientras te sacude.

Te deja tranquila pero más viva que nunca.

Y cuando te vas, te queda esa sensación rara de que algo en vos también se quedó ahí, entre un templo dorado y un plato de noodles que jamás vas a olvidar.

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