Hoy dejé Kuta y me vine a Canggu convencida de que iba a encontrar calma. Spoiler: no.

Canggu es como una feria hippie con bocinas. Surfistas por todos lados, motos que parecen mosquitos gigantes, olor a incienso, jugos verdes y carteles que dicen “respira” mientras te pasan cinco motos por al lado.

Apenas llegás te das cuenta de que acá nadie trabaja y todos tienen tiempo para estar bronceados. Es un caos lindo, sí, pero caos al fin.

Entro a la habitación y me encuentro con la cama envuelta en un mosquitero blanco que parecía una carpa espacial.

Hago un paréntesis

Recomendación personal

Antes de seguir con la historia: si querés resolver el alojamiento rápido (sin abrir veinte pestañas), esta es la opción que yo miraría primero. Bien ubicada y con muy buenas valoraciones.

Abrís el link, ponés tus fechas y mirás tranquilo. Alternativas filtradas · Reserva online

Me quedé mirando un rato. “Bueno, si esto es para mosquitos, afuera debe haber pterodáctilos”. Me metí igual. Dormir en una cápsula antimosquitos tiene su magia.

Después fui a la playa. Surfistas por todos lados, chicos haciendo equilibrio como si fueran ninjas acuáticos. Yo los miraba pensando: “Algún día voy a hacer esto. Pero hoy no”.

Hoy me anoté en yoga.

Voy a recepción y pregunto: “¿Es para principiantes?”.

La chica me mira con una sonrisa angelical y dice: “Yes, easy”.

Listo, confié.

Primer error.

Entro al salón y ya había gente doblada como origami. Una con la pierna detrás de la cabeza, otra invertida con las manos en posición de plegaria, y yo con mi mat nuevo parada en el medio, pensando: “¿Qué hago acá, por Dios?”.

A los diez minutos ya estaba transpirando como si estuviera en un sauna.

En un momento pensé: “Me levanto, me voy y digo que se me rompió un músculo espiritual”.

Pero me frené.

Me dije:

“Nadita nunca abandona. Nadita podrá quedar torcida, pero no abandona.”

Así que seguí.

Ellos hacían el perro mirando al cielo, yo hacía el perro mirando mis malas decisiones.

Ellos respiraban, yo rezaba.

Intenté seguir las posturas, pero terminé inventando las mías: “la turista confundida”, “la palmera que se cae” y “el flamenco desmayado”.

La profe me miraba con compasión. En un momento se acercó y me dijo “breathe”. Y yo pensé: “si respiro más, me desarmo en piezas”.

La clase duró una hora y media. Cuando terminó, todos quedaron acostados, en silencio, con cara de iluminación total. Yo también estaba acostada, pero porque no me podía levantar.

Salí caminando despacio, como si hubiera sobrevivido a una guerra interior. Pero me reía sola. Fue tremendo, pero hermoso.

Canggu es eso: un lugar donde buscás paz y terminás doblada como un pretzel. Un lugar donde te reís de vos misma. Un lugar que te dice: “relajate” mientras te desafía cada músculo.

Seguramente en unos días me anote en surf, porque después de sobrevivir a esto, una ola no me asusta.

Si venís a Bali y querés dormir en una burbuja antimosquitos, comer sano y salir de una clase de yoga mareada de tanto esfuerzo y risa, te recomiendo el Serenity Eco Guesthouse & Yoga.

No tienen vino, pero igual salís mareada… de paz y de vos misma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *