Un día cualquiera, se me ocurrió una idea que sonaba tan genial como salvaje: irme a la Patagonia con una amiga a hacer el famoso Camino de los Refugios. Así, de una. Sin pensarlo demasiado, como deben empezar las mejores aventuras. Busqué un poco en internet y ya me emocioné solo de ver los nombres: Refugio Cajón del Azul, Hielo Azul, Dedo Gordo, Encanto Blanco… ¡Si hasta los nombres te dan ganas de meterte en la mochila y salir corriendo!

Así que con mi amiga (que está igual de entusiasmada —y de inconsciente— que yo), nos pusimos a organizar todo: mochilas, carpa, vuelo, ruta, planificación de comidas, equipo de trekking… y muchas ganas de perdernos en la montaña.


¿Qué es el Camino de los Refugios?

Primero lo explico, así sabés a lo que te estás metiendo (o soñando).

El Circuito de Refugios de El Bolsón —también llamado “Camino Interrefugios”— es un sistema de más de 15 refugios de montaña interconectados a través de senderos de trekking en plena Cordillera de los Andes, en la Comarca Andina del Paralelo 42, provincia de Río Negro.

Podés recorrer los refugios caminando de uno a otro, cargando tu mochila y parando a dormir en carpa o en los refugios mismos, si no están llenos (y si tu presupuesto te lo permite).

Los tramos varían entre 3 y 8 horas de caminata, y la experiencia completa te puede llevar entre 15 y 20 días, según cuántos lugares quieras visitar, cómo te trate el clima… y cómo te traten las piernas.

Algunos de los refugios más populares:

  • Cajón del Azul (el más visitado, con río color caribe incluido)
  • Refugio Hielo Azul (con glaciar en la cima)
  • Los Laguitos
  • Dedo Gordo
  • Encanto Blanco
  • Retamal
  • El Conde
  • Natación
  • Perito Moreno

Cada uno tiene su encanto: hay bosques espesos, ríos helados, puentes colgantes, vistas panorámicas, lagunas escondidas y gente copada con ganas de compartir una charla al sol.


La previa: de Córdoba al Bolsón y una lista de compras que pesaba como una mochila

Arrancamos desde Córdoba y volamos a Bariloche. De ahí, micro directo a El Bolsón, que ya tiene ese aire montañés que te hace sentir que algo épico va a pasar. Al llegar, lo primero que hicimos fue armar las mochilas con todo lo que teníamos (que era mucho) y salir en misión logística al supermercado.

Y acá vino el momento de oro: la compra. Porque claro, cuando vas a cargar TODO en la espalda, cada gramo vale oro. Ahí estábamos nosotras, en el súper, como dos montañistas primerizas con cara de “¿cuánto pesa esto?” ante cada paquete.

El análisis era digno de documental de supervivencia:
– “¿Esto lleva mucha agua para cocinar?”
– “¿La polenta se infla?”
– “¿Y si compramos fideos integrales? Son más nutritivos”
– “¿Cuánto pesa el chocolate? ¿Lo comemos todo hoy así no lo llevamos?”

La gente nos miraba como si estuviéramos locas. Y no se equivocaban. Salimos del súper con mochilas que ya parecían el desafío final del viaje. Y todavía no habíamos dado ni un paso.


El arranque: ¿por qué elegir la salida difícil si hay una fácil?

Cuando por fin llegó el día, estábamos listas: mochilas apretadas, carpa bien doblada (más o menos), ánimo por las nubes. Teníamos dos opciones para arrancar el primer tramo del recorrido: una salida fácil y otra bastante más brava. ¿Y qué hicimos nosotras? Obviamente: elegimos la difícil. Porque si vamos a sufrir, que sea con épica.

Así arrancamos con una subida empinadísima de piedra bola, sin sombra, con el sol pegando desde temprano como si fuera mediodía. Caminamos más de 7 horas bajo ese horno natural, con mochilas que nos hacían pensar que deberíamos haber dejado en el súper al menos dos paquetes de galletitas.

Cada paso era un suspiro. Cada curva, una falsa esperanza. Pero ahí íbamos, riéndonos igual, con las piernas temblando y el corazón contento.


Y al final, el paraíso

Cuando por fin llegamos al primer lugar donde podíamos armar la carpa el Cajon Del Azul… nos olvidamos del dolor en un segundo. Un lago cristalino, enorme, que reflejaba las montañas como si fuera un espejo mágico. Pinos altísimos nos daban sombra, y el silencio del bosque nos abrazaba como una manta tibia.

Tiramos las mochilas al suelo como si soltáramos un ancla. Nos sacamos las zapatillas que ya eran una extensión de la piel. Y nos metimos al agua con ropa, con risas, con alivio. El cansancio se volvió alegría. Y ahí supimos que todo había valido la pena.


Cada día, una mini odisea

Durante los días que siguieron, el camino fue una montaña rusa de paisajes y emociones.
Pasábamos de:

  • cruzar ríos helados descalzas mientras gritábamos como chanchitas
  • trepar cuestas con viento en contra
  • buscar sombra en cualquier rama disponible
  • y preparar sopas con agua de arroyo (¡filtrada, eh!)

A veces caminábamos 4, 5, hasta 8 horas por tramos con subidas y bajadas que te hacían cuestionar tu vida. Pero después llegábamos a una cascada escondida, un refugio en lo alto, o un río azulísimo que nos devolvía el alma.

Conocimos mochileros de todas partes: unos con experiencia, otros igual de perdidos que nosotras. Compartíamos consejos, fideos, repelente y una que otra charla mirando las estrellas.


Si querés vivir una experiencia parecida pero con un poco más de guía, hay tours organizados que recorren parte del Camino de los Refugios y te llevan a lugares como el Cajón del Azul, el Refugio Hielo Azul y el Encanto Blanco, combinando caminata, acampe y paisajes épicos sin tener que planificar todo sola. Mirá acá este tour de trekking por El Bolsón y reservá tu lugar . ¡Y si preferís hacerlo a tu manera, con mapa, mochilón y espíritu libre, te súper recomiendo armarte bien, llevar buenos fideos, menos galletitas… y animarte! La Patagonia te espera con los brazos abiertos (y las piernas doloridas, pero felices).

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