Esa noche decidimos ponernos de gala… bueno, de gala versión mochilera. O sea, con lo más decente que teníamos después de semanas de viaje. Una túnica medio arrugada, un pantalón cómodo, y unas hojotas que habían visto más mundo que yo. Así nos preparamos para ir a uno de los lugares más imponentes que vi en mi vida: el Gurdwara Bangla Sahib, en pleno corazón de Nueva Delhi.
Equipaje inteligente para mujeres que se animan a recorrer Asia.


El templo que parece un palacio
Llegamos justo cuando el cielo se estaba poniendo azul oscuro y ya se veían las luces doradas reflejadas en el agua. Te juro que pensé que estaba soñando. Ese templo parece un castillo flotante, con una cúpula brillante y detalles arquitectónicos que parecen sacados de una historia mágica. Todo reflejado perfectamente en el sarovar, el estanque sagrado que rodea el templo. Y encima, había luna. Sí, luna. Esa luna perfecta que aparece solo cuando la necesitás para una foto inolvidable.
Yo, como buena entusiasta (y como si me hubieran dado permiso), empecé a filmar todo. Hasta que vino un señor muy serio y me pidió que bajara la cámara. Y sí, ahí entendí que no era un lugar para andar de influencer desubicada. Me sentí una adolescente con el celular en la misa de Navidad. Pero bueno, ¡ya era tarde! Una partecita había quedado grabada.
¿Qué es el Gurdwara Bangla Sahib?
Como todavía no sabía mucho, después me puse a investigar. Y acá va, por si vos también te lo preguntás:
El Gurdwara Bangla Sahib es uno de los templos más importantes de la religión sij. Originalmente fue la casa del octavo gurú sij, Guru Har Krishan Sahib Ji, quien se quedó en Delhi durante una epidemia de cólera y viruela en el siglo XVII. Él ayudó a cuidar y curar a los enfermos, pero terminó contrayendo la enfermedad y falleció muy joven, a los 8 años. Desde entonces, ese lugar fue considerado sagrado y se construyó allí este templo.
Hoy en día, es un lugar de peregrinación, oración, ayuda comunitaria y también de admiración total para cualquiera que lo visite. Está abierto a personas de todas las religiones, y tiene algo muy especial: el Langar, un comedor comunitario que ofrece comida gratis para todos los que llegan, sin importar su origen, religión o condición económica. ¡Una locura de generosidad!
También hay un hospital, una escuela, una galería de arte y hasta habitaciones para quienes lo necesitan. Todo eso sostenido por donaciones y trabajo voluntario. O sea: no es solo un lugar hermoso, es un ejemplo de humanidad y servicio.
El protocolo: cómo comportarse ahí
Cuando entrás al templo, hay algunas reglas básicas que yo, por supuesto, me olvidé por un rato:
- Hombros y cabeza cubiertos.
- Pies descalzos.
- Nada de filmar adentro, o al menos no sin permiso.
- Silencio y respeto.
Aun así, hay algo que me encantó: la gente se sienta en el suelo, en silencio, meditando o simplemente mirando, y el ambiente es súper tranquilo. Una sensación de paz que te envuelve, aunque seas turista novata con la cámara en la mano.
De la espiritualidad a la alta cocina… en ojotas
Después de la visita, todavía con la emoción de la cúpula dorada en los ojos, decidimos ir a comer algo. Caminamos sin rumbo fijo hasta que vimos un restaurante con lucecitas y una pinta bárbara. Nos miramos y dijimos: “¡Vamos!”. Lo que no sabíamos era que estábamos entrando a un restaurante de lujo, de esos donde la gente baja de autos caros, con ropa planchada, perfume francés y zapatos de cuero.
Y ahí estábamos nosotras con ojotas, después de un día entero de templos y calle. Pero como la India es así, mágica y contradictoria, nadie nos miró mal. Al contrario, nos atendieron con una sonrisa, y de pronto teníamos como tres mozos alrededor explicándonos cada plato, como si estuviéramos en un episodio de MasterChef.


Y para cerrar la noche con broche de oro (y de coco), pedí un curry servido dentro de un coco joven. No te puedo explicar lo espectacular que era. Ese sabor cremoso, picantito, con el toque justo de dulzura natural del coco… ¡una locura! Venía con un bowl de arroz blanco, para acompañar como se debe, y todo servido tan lindo que hasta daba pena meterle la cuchara. Obvio, no me duró ni cinco minutos.
Era como comerse el Caribe con cuchara. Un plato exótico, intenso, con ese sabor tailandés que te pega un viaje sensorial sin pasaporte. ¡Lo quiero replicar en casa y seguro me sale una sopa de yogur, pero igual lo voy a intentar!
Esa mezcla única
Y así fue esa noche en Delhi: un mix perfecto entre lo sagrado y lo surrealista. Un templo que parece de oro, una metida de pata con la cámara, hojotas en un restaurante elegante y, sobre todo, la certeza de que India no te deja aburrirte nunca.
Acá todo es sorpresa, contraste y emoción. Caminás cinco cuadras y pasás de lo caótico a lo sagrado, de lo ruidoso a lo espiritual, de lo humilde a lo lujoso. Y lo más lindo: nadie te juzga. Todos conviven.
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