Como aprendí que la paciencia puede tener forma humana)

En Chiang Mai hay algo que se siente apenas bajás del tuk-tuk: la gente parece tener el alma en modo “slow motion”. Todo pasa despacio, pero no por falta de ganas, sino porque acá la vida se vive a otro ritmo. Uno que, si venís acelerada como yo, te desconcierta al principio.

1. El arte de no apurarse (nunca)

Podés estar en una fila que parece eterna y nadie protesta. Nadie resopla, nadie hace el clásico “ay por favor”. Esperan, sonríen, miran el celular o charlan bajito. Si los argentinos tuviéramos un poquito de ese chip, los bancos serían spas.

2. La sonrisa permanente

Hay sonrisas, y después están las de Chiang Mai. Sonrisa al darte el cambio, al servirte el Pad Thai, al decirte que te equivocaste de templo por quinta vez. Sonrisa por todo. A veces te preguntás si hay un decreto real que obliga a sonreír. Pero no: es genuino. Les sale del alma, como si la alegría fuera parte del ADN del norte tailandés.

3. El “sabai sabai”

Significa algo así como “tranqui, todo bien”. Es una filosofía. Si se te pincha la moto, si cae una lluvia bíblica, si el wifi decide tomarse vacaciones… ellos dicen “sabai sabai”. Lo aceptan, respiran y siguen. Mientras tanto, yo ya armé una tragedia griega por una tostada fría.

4. El volumen en “modo silencio”

Los tailandeses de Chiang Mai no gritan nunca. Es impresionante. Ni en el tráfico. Y eso que acá las motos se cruzan como si estuvieran jugando a Mario Kart. Pero ni una bocina, ni un insulto. Yo gritaría “¡pero mirá por dónde vas!”, y ellos, con toda la paz del mundo, te esquivan y te sonríen.

5. La reverencia del alma

El famoso wai (esa reverencia con las manos juntas) no es solo un saludo, es casi una mini ceremonia. Lo hacen con tanta elegancia que te sentís una estatua tosca intentando imitarlo. Si alguien te lo hace, devolvelo, aunque sea medio torcido: ellos lo valoran igual.

6. Los maestros del disimulo

Acá nada se dice directamente. Si algo está mal, no te lo van a decir jamás en la cara. Son maestros de la sutileza. Te sirven la comida con una sonrisa, pero si pediste sin picante y te sale fuego por la boca, te dicen “little spicy”, como si no te estuviera ardiendo el alma.

7. Los monjes influencers

Sí, existen. Algunos monjes jóvenes tienen Instagram. Los ves con el móvil sacando fotos del templo o mirando reels. Una vez vi a uno grabándose frente a una estupa plateada. Me dieron ganas de preguntarle el filtro que usaba.

8. Las familias del mercado

Si vas al mercado local, te das cuenta de que todos se conocen. Son como una gran familia extendida. Uno te vende el mango, el otro te da una bolsa, y la abuela del fondo te grita “discount, lady!” mientras te hace guiños cómplices. No sabés si te vendieron o te adoptaron.

9. El misterio del “sí, sí”

En Chiang Mai, “yes” no siempre significa “yes”. A veces es un “no, pero no te quiero decir que no”. Si te dicen “yes, yes” muy rápido, sospechá. Es probable que no tengan idea de lo que estás preguntando, pero igual quieren ser amables.

10. Los peluqueros zen

Entré una vez a una peluquería local. Tardaron una hora para cortarme tres puntas. Lo hicieron como si estuvieran esculpiendo una obra de arte. Nadie hablaba. Solo el sonido de las tijeras y una música suave. Salí con el mismo pelo, pero con menos estrés que después de una meditación.

11. Las viejitas jefas

Las abuelitas tailandesas son las verdaderas dueñas de Chiang Mai. Pequeñas, con el moño alto y un poder que no se discute. Mandan en los templos, los mercados y hasta en los tuk-tuks. Si una te dice “sit here”, te sentás. No se negocia.

12. El respeto como religión

No se toca la cabeza de nadie (ni la de un niño), no se apoya el pie en alto, no se señala con el dedo. Todo tiene un significado. Ellos lo saben, y lo respetan. A veces parece que viven dentro de una coreografía de buenos modales.

13. El humor silencioso

Son pícaros. No se ríen fuerte, pero tienen una ironía que te mata despacito. Si te ven transpirando porque no podés con el picante, te dicen “a little spicy, right?” con una sonrisa que lo dice todo.

14. Los que creen que todo tiene alma

Desde los árboles hasta los tuk-tuks, todo acá tiene espíritu. Muchos autos y negocios tienen mini altares con flores y velitas. Y sí, también vi un altar para una moto. No sé si rezaban para que arranque o para que no choque, pero ahí estaba, con su incienso.

En resumen: la gente de Chiang Mai te enseña sin proponérselo. Te enseñan que la amabilidad no necesita ruido, que la paciencia no es debilidad y que, si todo sale mal, igual se puede sonreír. Después de convivir con ellos, una empieza a sospechar que el equilibrio interior no se logra meditando, sino viviendo en Chiang Mai.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *