Último día en Kuta. Y yo, dramática como siempre, dije: “hoy me voy a seguir surfeando hasta el último día, no me importa nada”.
Ni desayuno, ni almuerzo, ni un triste té. Agarré la tabla y salí con el espíritu de una deportista olímpica y el estómago de una turista descuidada.
Las primeras olas, todo divino. Me sentía la reina del mar. Ya estaba pensando en mi nombre surfer: Nadita Pipeline.
Hasta que el universo dijo: “Mmm… vamos a bajarle un poquito los humos a esta chica”.
Agarro una ola, viene otra de frente, la tabla se levanta, y ¡paf!… me doy de lleno en la cara.
Literal. Cara–tabla. Tabla–cara.
Siento el golpe, veo agua, sangre, y pienso: “ah bueno, souvenir incluido, qué detalle”.
El profesor me mira con cara de “Houston, tenemos un problema”.
Y yo, toda zen, le digo: “no pasa nada”, pero por dentro ya estaba haciendo el testamento.
A los cinco minutos me dice: “creo que vas a necesitar puntos”.
Y allá fuimos, directo al hospital, yo en modo accidentada.
Me atendieron dos médicos. Uno cosía, el otro sostenía la linterna, y yo pensaba: “bueno, si esto me deja marca, que al menos sea con onda, tipo valiente del mar, no Frankenstein”.
En un momento, me dicen: “listo, ya está”, y yo: “¿ya está? ¡pero si ni me dieron anestesia emocional!”.

Salgo, y ahí estaba él: el profe. Esperando. Dos horas. Con la moto.
Yo lo miro con media cara dormida y le digo: “¿vos seguís acá? ¡ni mi ex me esperó tanto!”.
Y ahí me agarró el ataque de emoción. Porque estás lejos, con la cara cocida, sin haber comido, y aparece alguien que te cuida como si fueras su prima perdida.
Y pensás: “che, el mundo todavía tiene gente buena, de verdad”.

Así que gracias, Bali —porque gracias a vos conocí a toda esa gente fabulosa que uno ni se imagina que puede ser tan cálida, tan afectuosa y tan humana—.

De esas personas que te hacen sentir en casa aunque estés a miles de kilómetros.
Y bueno… me llevo unos puntos, sí. Pero también una gran enseñanza:
que a veces la vida te da una ola en la cara para decirte: “bajá diez cambios, Nadita, no hace falta correr detrás de todo”.
Y mientras tanto, yo acá, con puntos, pero feliz. Porque si algo aprendí en Bali, es que no todo lo que te revuelca te hunde. A veces te enseña a flotar
