#Por Nadia, con todo el respeto y asombro del mundo

Desde que era chica, algo me llamaba de este lugar. Varanasi, el Ganges, la cremación… Me sonaba fuerte, intenso, místico. Y lo fue. Pero también fue humano, impactante y, como suele pasar en India, hasta tuvo su parte graciosa (spoiler: terminé encerrada entre el humo y un chancho gigante).

Llegué caminando hasta los ghats, esas escalinatas infinitas que bajan al río más sagrado de India. No sabía bien cómo iba a ser, ni si iba a poder acercarme, pero me explicaron que si caés bien y sos respetuosa, capaz te dejan ver un poquito más cerca. Lo que sí me dejaron bien claro:
Nada de fotos. Ni videos, ni selfies, ni “solo un poquito para mi historia”. Acá, la muerte es sagrada. Mostrarla en redes sería, para ellos, como reírte en un velorio. Una falta de respeto total.

Equipaje inteligente para mujeres que se animan a recorrer Asia.

¿Qué pasa en esa ceremonia?

La cremación no es vista como una tragedia, como solemos verla en Occidente. Es un acto de liberación.
Me contaron que cuando alguien muere, la familia se moviliza rápido para llevar el cuerpo al Ganges. Y no cualquiera lo quema:
El que tiene ese rol es el hijo mayor.
Si existe, él debe:
• Raparse la cabeza como símbolo de duelo y renuncia
• Vestirse de blanco
• Encender la pira con una antorcha traída desde un fuego sagrado que nunca se apaga (sí, existe, y está encendido hace siglos)

El cuerpo está envuelto en telas de colores, con flores encima, y se apoya sobre troncos de madera. No usan ataúdes. Todo es muy directo, muy crudo, pero también muy simbólico.
Cuando el fuego avanza, el humo sube, y el alma –según su creencia– empieza a liberarse del ciclo de reencarnaciones (el famoso samsara). El objetivo es llegar al moksha, esa especie de iluminación final donde no se vuelve a este plano.

¿Y las mujeres?

Acá vino otra sorpresa.
No había mujeres. Ni madres, ni hermanas, ni esposas.
Me explicaron que es porque, para ellos, la muerte no se llora, se celebra. Es el alma que se libera, no algo triste. Y como las mujeres suelen llorar y expresar el duelo más fuerte, creen que eso puede “retener” al alma en esta vida. Entonces prefieren que no estén presentes.
Sí, duro. Cultural. Distinto. Pero así lo viven.

Y ahí fue cuando… un chancho me bloqueó la salida

Después de absorber todo eso (porque es imposible no quedarte como en una especie de trance mirando las llamas), sentí que había sido suficiente. Quería irme en silencio.
Y ahí, cuando quiero salir, me aparece un chancho gigante que me bloquea el paso.
Y no solo eso: entre el chancho y yo, el humo de otra cremación.
Era literal: chancho adelante, humo atrás. Yo en el medio, en un ghat, con gente muy tranquila a mi alrededor mientras yo estaba entre asfixia y pánico suave.
¿Lo loco? Me terminé riendo. Porque claro, India te da una escena sagrada y una tragicomedia todo junto.

El final: desde el agua

Más tarde, tomé un barquito al atardecer para ver la ceremonia desde el río.
Y te juro que fue otra cosa. Desde el agua ves:
• Las llamas en la orilla
• Las siluetas de los cuerpos
• El humo mezclado con incienso
• El sonido de campanitas y mantras

El ritual del fuego en el Ganges: Aarti, una ceremonia que te atraviesa

Una de las cosas más impactantes que vi en India fue el Aarti. Si no sabés qué es, tranqui, yo tampoco tenía idea hasta que lo viví. Es esa ceremonia que hacen al atardecer, donde los sacerdotes (todos muy lookeados con túnicas doradas) levantan unas lámparas enormes con fuego y empiezan a moverlas en círculos frente al río Ganges.

Parece un show, pero no lo es. Es un ritual espiritual muy fuerte, una especie de agradecimiento a la vida, al río, a los dioses… a todo. Se hace con fuego, con mantras, con flores, con campanas y con una energía tan densa que sentís que el aire vibra.

Yo estaba ahí, parada en medio de una multitud que no decía nada pero lo decía todo: devoción total. Algunos miraban con lágrimas en los ojos, otros simplemente cerraban los párpados y dejaban que el humo del incienso los envuelva. Y yo… ahí en el medio, flasheada con tanta intensidad junta.

Es como si el fuego te hipnotizara. Y no es cualquier fuego, eh: es un fuego que purifica, que conecta, que dice “gracias” en idioma sagrado. El sonido de las campanas se mezcla con el humo, con las voces, con los rezos… y por un rato, el caos de India se calla. Solo se escucha el corazón del ritual.

Lo hacen todas las tardes al borde del Ganges, sobre todo en Varanasi, pero también en Haridwar o Rishikesh. Y si alguna vez vas, no te lo pierdas. No importa si creés o no creés: esto no se trata de religión, se trata de sentir. Y te juro que se siente hasta en los huesos.

Y ahí sí, me cayó la ficha de lo que había vivido. No lo vi por tele.

¿Qué me dejó esto?

Me dejó respeto, asombro, un poco de nudo en la garganta, y muchas preguntas lindas.
La muerte, para ellos, no es el fin. Es volver al origen. Es soltar. Es dejar de dar vueltas.

Y eso, la verdad… emociona.


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